"Mi
hija va a tener el cabello como tú" me dice el señor, yo solo sonreí. Veo
que finalmente nos acercamos a un colegio que parecía un parque de juegos, se
bajó, en pocos minutos la puerta se abre y él taxista dice "¡Digan
buenas!" Cuando volteo van subiendo dos niñas idénticas al conductor. Una de ellas no tenía más de 4 años y la
otra unos dos añitos mayor. Enseguida me fijé en los casi moñitos de la menor en el cabello,
lo tenía corto pero era rizado, entonces pensé... “¡Ah... como el
mío!" Me causó tanta gracia cuando seguimos en el carro y ella no me
quitaba la mirada de encima, mientras su papá le decía “tócale el cabello...
así es el tuyo”.
En el transcurso del camino conversábamos sobre los cuidados del cabello rizado y dejar que la niña aprendiera a amarlo, sin aplicarle químicos desde temprana edad para alisarlo, puesto que esa decisión era realmente de ella cuando estuviese consiente de lo que quería hacer con su cabello. Así fue como lo que parecía un evento infortunado para mí, resultó ser una experiencia agradable puesto que muchas veces ignoramos que nuestro cabello tiene una historia y siempre puede ser de gran ayuda para que otros se sientan apoyados e identificados, porque pasamos por momentos muy parecidos en los que los prejuicios y el desconocimiento de nuestra identidad nos llevan a creer que no somos “ideales” estéticamente.
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